Se despierta cada mañana cuando siente la vibración
de su celular. Apaga la alarma y se dedica a observar el amanecer y los
pajaritos jugueteando junto a su ventana. Recibe un abrazo por la espalda y le
estampan un beso a lado y lado de las mejillas. Samuel se voltea y les devuelve
el abrazo a sus padres, quienes habían puesto junto a él un delicioso desayuno.
Por: Carolina Franco Villegas
Es 20 de noviembre, el día
de su cumpleaños y Samuel espera con ansias buenas noticias. Junto al huevo en
forma de carita feliz, la arepa con quesito y el chocolate caliente, encuentra
una carta que enseguida lee:
"Son ocho años de alegría junto a ti.
Gracias por tus sonrisas imborrables y tu
forma tan única de ver el mundo.
Hoy queremos que renazcas y vivas lo que
por ocho años se te ha hecho imposible sentir.
Te aman,
tus papás".
Samuel se siente pleno de
felicidad, sabe que el tan esperado día ha llegado. Se arregla rápidamente con
una amplia sonrisa, usa un saco verde oscuro y botas estilo militar, la pinta
perfecta para el clima templado que hace en la ciudad de Medellín en este mes
de noviembre de 2014. Sale en el carro junto a sus padres para la Clínica Medellín
del Centro, donde el doctor Carlos Restrepo lo lleva atendiendo por varios
años. Es un profesional muy simpático; estrecha su mano con fuerza haciéndole
sentir a Samuel que le da mucha alegría volverlo a ver.
Saluda igualmente a sus
padres, mostrando en su expresión casi que las mismas ansias que expresaba
Samuel desde que había leído la carta del desayuno. Con tono suave y exagerando,
la dicción le dice a Samuel que se siente para comenzar el examen.
Samuel no siente miedo, pues
ya conoce el extraño aparato con forma de nevera que le ayuda a saber cómo van
las cosas. Entra en la cámara sonoamortiguada con bastante confianza y experiencia.
Se sienta en frente del cristal donde puede notar al otro lado a la
fonoaudióloga que sacude su mano para saludarlo. El joven responde con una
sonrisa.
Las indicaciones que siempre
le han dado ha Samuel son las mismas, pero los resultados nunca habían mostrado
cambios desde que había iniciado con estas pruebas. Este día tiene muchas más
esperanzas que siempre. La muchacha, a través del vidrio, le da la señal para
comenzar, espera atenta la respuesta de Samuel. Él la mira y exhala profundo.
La joven aumenta un grado más la intensidad del sonido de la cámara y vuelve a
mirarlo con atención, pero él no muestra señales positivas. Con diferentes frecuencias
y tonos, los pitos se incrementan cada vez más. Después de varios intentos,
Samuel, desesperanzado, baja la cabeza.
¿Cuántas veces ha pasado por
esto? Ya son muchas y las esperanzas pocas.
El examen de la cámara
sonoamortiguada es llevada a cabo en niños a partir de los tres años de edad
para poder obtener resultados prácticos. Samuel ya tiene ocho pero aún no
entiende porqué solo oye las pulsaciones de su corazón, retumbantes y sonoras
marcando el ritmo de su día a día.
El doctor Restrepo revisa
los resultados mientras frunce el ceño. Para él hay algo extraño que no logra
entender.
‘Ocasionalmente salen
resultados como este. Es raro. Aquí me muestra que el joven Samuel puede
escuchar pero él nos demuestra totalmente lo contrario. No lo entiendo’, dice
el médico.
Los padres de Samuel siempre
han guardado ilusiones en su corazón, pues ajustan ya cinco años de llevar a su
hijo a estas terapias.
El especialista les comenta una
nueva opción tecnológica que pueden implementar para su hijo. Se trata de un
dispositivo programable que se implanta en los oídos de los pacientes con el
fin de posibilitar la audición de manera gradual por medio de estímulos en el cerebro.
En cuanto los padres de Samuel escuchan al doctor hablar de esta opción no dudan
en aceptar su instalación inmediata.
Es el último intento que
pueden hacer en aquel consultorio médico. Samuel no entiende muy bien qué es lo
que hablan los adultos. Sus ojos recorren con agilidad los labios del doctor,
quien, entre otros movimientos, destapa una caja delicada y expone al público,
como si fuera un show, un audífono digital multicanal. El doctor se acerca al
chico y en cuestión de segundos instala el aparato en cada oído, sin
proporcionar dolor ni molestias. No hay interés en el joven Samuel. Lo único que
esperaba el día de su cumpleaños era poder recuperar la escucha, pero ahora se
da cuenta que va a tener que conformarse con observar las maravillas del mundo
a través de sus ojos cafés.
Está listo para recibir la
señal de salida, pero de un momento a otro levanta la cabeza tan rápidamente
que el médico piensa que se ha lastimado. Samuel voltea su rostro y con los
ojos encharcados asiente mientras mira al doctor con emoción. Exacerba sus
movimientos, salen sonidos guturales de su garganta que se reconocen como un sí
rotundo y con profundidad.
Se concentra en el segundero
del reloj de pared. El ritmo visual al que estaba acostumbrado, ahora coincide
con un golpecito seco. No puede creer lo que está sintiendo por dentro. Al mismo
tiempo se toca la garganta, reconoce por primera vez el sonido de su voz. Es
hermoso pero confuso. Aterrorizado, mira a sus padres, ellos lo observan con
muchísimo más temor. Se acerca a la ventana y nota el ruido de ciudad, los
pitos de los carros y el murmullo de los transeúntes que se desplazan cerca al
lugar. Samuel jamás había tenido la posibilidad de deleitarse con los sonidos
del mundo.
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