El avance de
la tecnología ha trasladado muchas prácticas a innovadoras máquinas, pero
algunas no han podido ser desplazadas por el trayecto, experiencia y
conocimiento de personas que conservan en su vida la esencia de lo que en algún
momento fue un desarrollo tecnológico trascendente.
Por Jonathan
Jiménez Hernández
Los pitos son
ensordecedores, el sol parece apocalíptico y produce desesperación en los
transeúntes. El mar de gente camina afanada y los habitantes de la calle piden
monedas. Estas son las primeras sensaciones que se perciben al llegar a los
alrededores del Centro Administrativo La Alpujarra, en Medellín. Allí, enfrente
del edificio de la Dian, sobresale el tecleo que parece nunca va a cesar,
proveniente de la digitación en antiguas máquinas de escribir.
Estos
escribanos, que parecen vivir en el siglo pasado, se encargan de transcribir
desde una carta de amor hasta una acción de tutela para ser llevada al juzgado.
Ellos sí que están enredados con la tecnología y no necesariamente con la moderna
que nos facilita la vida y que de paso nos controla, sino de esa antigua que
para ellos enamora. Su aprendizaje es tan preciso en este oficio, que hablan y
redactan a la vez, sin equivocación alguna.

Son alrededor de 20 a 25 hombres que llevan brindando su servicio hace aproximadamente 30 años y que ni el paso importante de las nuevas invenciones tecnológicas ha hecho que dejen su labor.
Y es que no les
importa el inclemente calor, están desde las ocho de la mañana hasta las cinco
de la tarde (según uno de ellos es el tiempo que estipula Espacio Público para
que desocupen el lugar), para poder ganarse unos pesitos y alimentar a sus
familias, dinero que es poco para poder tener una vida digna, a diferencia de
la que tenían hace alrededor de dos décadas. En este punto uno de los
escríbanos, Fernando Arboleda, hace referencia a una famosa frase: “Todo tiempo
pasado fue mejor”.
Él afirma: “Hace
20 años el dinero era más adquisitivo, se podían comprar más cosas. Hoy en día
esa cantidad es poca, pues esa época era la de Pablo Escobar y de la mano de la
mafia la plata rodaba mucho, era fácil conseguirla. Ya la gente no despilfarra
tanto, por eso si hoy hacemos 30.000 pesos es mucho”.
Aparte de esa
necesidad de sobrevivir, también está ese producto de la pasión por el pasado,
del gusto y la preferencia de la gente por la manera estética de redactar y por
el conocimiento que ellos tienen cuando les hablan de acciones de tutelas,
certificados de ingresos, leyes, códigos, entre otras.
Aunque también
cabe destacar el poco provecho que algunos clientes sacan de las nuevas
tecnologías: “Es que yo no sé redactar en un computador y me gusta venir acá
porque ellos tienen más idea de saber escribir que las mismas personas de las
salas de Internet, hasta lo hacen más rápido”.
Otro de los
aspectos por el cual las personas acuden donde estos escribanos es el bajo
precio de los documentos de las acciones ya nombradas. Los costos van desde los
$2.000 hasta los $70.000, siendo este último el valor del documento más caro,
pues puede durar en redactar entre 3 a 4 horas. Sin importar el estrato social
de la gente, se observa que se acercan hasta esas calles a que les realicen un
escrito.
Ellos tienen
título de abogados, pero no de profesionales, sino de los pobres, demuestran de
forma empírica sus conocimientos (la mayoría de ellos se aprenden de memoria
los textos que contengan artículos, normas y demás).
Afirman que sus
máquinas de escribir por más veteranas que sean (algunas co alrededor de 70
años) son la mamá. No, es que ni siquiera la mamá, la abuela de las invenciones
tecnológicas que se observan hoy en día, pues de ello deriva la evolución las
tecnologías que tenemos actualmente, como el computador: máquina antigua, eléctrica
y la máquina denominada electrónica, que marcó el fin de la generación de estos
artilugios. Esta última tiene un ligero parecido a un computador, de hecho
posee una pequeña pantalla que permite ver lo que se redacta.
Y es que estas
personas demuestran el amor por estos armatostes que están viejos, con rayones
y hasta llenos de telarañas, pero son tratadas como si fueran la novia o algún
familiar: la acarician, la besan e incluso, uno que otro se atreve a decir que
esa es su vida y que no la cambia por nada.
Creen que no
tienen nada que envidiarle a las creaciones de la sociedad moderna; estas
máquinas poseen teclado, un borrador, tinta, todo para hacer un buen escrito y
aunque carecen de tener memorias digitales que almacenen datos, para ellos no
es impedimento, ven la memoria propia para hacer lo necesario.
El sonido de los
pitos es reemplazado por el de los truenos y el sol que parecía apocalíptico
desapareció, los transeúntes se refugiaron y los escribanos comenzaron a
arropar a sus máquinas como si fueran sus hijos y de momento es el fin de la
labor del día. Fernando Arboleda se despide: “Mijo, yo voy a hacer una vuelta.
Muy formal, que Dios lo bendiga”.
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