lunes, 11 de mayo de 2015

0 Escribanos del siglo pasado

El avance de la tecnología ha trasladado muchas prácticas a innovadoras máquinas, pero algunas no han podido ser desplazadas por el trayecto, experiencia y conocimiento de personas que conservan en su vida la esencia de lo que en algún momento fue un desarrollo tecnológico trascendente.

Por Jonathan Jiménez Hernández

Los pitos son ensordecedores, el sol parece apocalíptico y produce desesperación en los transeúntes. El mar de gente camina afanada y los habitantes de la calle piden monedas. Estas son las primeras sensaciones que se perciben al llegar a los alrededores del Centro Administrativo La Alpujarra, en Medellín. Allí, enfrente del edificio de la Dian, sobresale el tecleo que parece nunca va a cesar, proveniente de la digitación en antiguas máquinas de escribir.

Estos escribanos, que parecen vivir en el siglo pasado, se encargan de transcribir desde una carta de amor hasta una acción de tutela para ser llevada al juzgado. Ellos sí que están enredados con la tecnología y no necesariamente con la moderna que nos facilita la vida y que de paso nos controla, sino de esa antigua que para ellos enamora. Su aprendizaje es tan preciso en este oficio, que hablan y redactan a la vez, sin equivocación alguna.

Son personas que a pesar de no estudiar en ninguna universidad no ven impedimento en el aprendizaje. Saben de memoria que se va a redactar en cualquier documento. Si se le pregunta a alguno por un artículo, tiene como respuesta una cátedra que da la impresión de tener al frente a un abogado o a un juez.

Son alrededor de 20 a 25 hombres que llevan brindando su servicio hace aproximadamente 30 años y que ni el paso importante de las nuevas invenciones tecnológicas ha hecho que dejen su labor.

Y es que no les importa el inclemente calor, están desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde (según uno de ellos es el tiempo que estipula Espacio Público para que desocupen el lugar), para poder ganarse unos pesitos y alimentar a sus familias, dinero que es poco para poder tener una vida digna, a diferencia de la que tenían hace alrededor de dos décadas. En este punto uno de los escríbanos, Fernando Arboleda, hace referencia a una famosa frase: “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Él afirma: Hace 20 años el dinero era más adquisitivo, se podían comprar más cosas. Hoy en día esa cantidad es poca, pues esa época era la de Pablo Escobar y de la mano de la mafia la plata rodaba mucho, era fácil conseguirla. Ya la gente no despilfarra tanto, por eso si hoy hacemos 30.000 pesos es mucho”.

Aparte de esa necesidad de sobrevivir, también está ese producto de la pasión por el pasado, del gusto y la preferencia de la gente por la manera estética de redactar y por el conocimiento que ellos tienen cuando les hablan de acciones de tutelas, certificados de ingresos, leyes, códigos, entre otras.

Aunque también cabe destacar el poco provecho que algunos clientes sacan de las nuevas tecnologías: “Es que yo no sé redactar en un computador y me gusta venir acá porque ellos tienen más idea de saber escribir que las mismas personas de las salas de Internet, hasta lo hacen más rápido”.

Otro de los aspectos por el cual las personas acuden donde estos escribanos es el bajo precio de los documentos de las acciones ya nombradas. Los costos van desde los $2.000 hasta los $70.000, siendo este último el valor del documento más caro, pues puede durar en redactar entre 3 a 4 horas. Sin importar el estrato social de la gente, se observa que se acercan hasta esas calles a que les realicen un escrito.

Ellos tienen título de abogados, pero no de profesionales, sino de los pobres, demuestran de forma empírica sus conocimientos (la mayoría de ellos se aprenden de memoria los textos que contengan artículos, normas y demás).

Afirman que sus máquinas de escribir por más veteranas que sean (algunas co alrededor de 70 años) son la mamá. No, es que ni siquiera la mamá, la abuela de las invenciones tecnológicas que se observan hoy en día, pues de ello deriva la evolución las tecnologías que tenemos actualmente, como el computador: máquina antigua, eléctrica y la máquina denominada electrónica, que marcó el fin de la generación de estos artilugios. Esta última tiene un ligero parecido a un computador, de hecho posee una pequeña pantalla que permite ver lo que se redacta.

Y es que estas personas demuestran el amor por estos armatostes que están viejos, con rayones y hasta llenos de telarañas, pero son tratadas como si fueran la novia o algún familiar: la acarician, la besan e incluso, uno que otro se atreve a decir que esa es su vida y que no la cambia por nada.

Creen que no tienen nada que envidiarle a las creaciones de la sociedad moderna; estas máquinas poseen teclado, un borrador, tinta, todo para hacer un buen escrito y aunque carecen de tener memorias digitales que almacenen datos, para ellos no es impedimento, ven la memoria propia para hacer lo necesario.

El sonido de los pitos es reemplazado por el de los truenos y el sol que parecía apocalíptico desapareció, los transeúntes se refugiaron y los escribanos comenzaron a arropar a sus máquinas como si fueran sus hijos y de momento es el fin de la labor del día. Fernando Arboleda se despide: “Mijo, yo voy a hacer una vuelta. Muy formal, que Dios lo bendiga”.


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