Algunos colombianos desde
la infancia hemos seguido todo lo que se hace en Estados Unidos, desde
idolatrar a los personajes más representativos hasta comprar cada uno de sus
productos: música, ropa, tecnología, juegos, etc.
Por Laura Betancur Saldarriaga
Oímos sus canciones, seguimos a sus celebridades, vemos sus películas,
compramos sus juguetes, hablamos su idioma, los visitamos frecuentemente,
compramos su ropa, adoptamos sus costumbres, los idolatramos. Estamos
obsesionados con Estados Unidos.
Como asegura muy acertadamente Mario Vargas Llosa en su libro “La
cultura del espectáculo”, el mundo vive en pos del entretenimiento, de la
búsqueda de placer y nada más, de estar todo el tiempo divirtiéndose,
olvidándose así de que la vida no es toda una comedia romántica, sino un drama
que contiene todo tipo de obstáculos y que si no estamos preparados para
combatirlos, nos arrollarán.
Estados Unidos con su imperio capitalista ha tenido gran participación
en este fenómeno cultural que parece haber afectado a las sociedades que se rigen
bajo un sistema económico capitalista, como lo es el caso de Colombia.
Los colombianos vivimos constantemente a partir de lo que se hace en
EE.UU. y en la mayoría de costumbres -si
no es en todas- se ven evidencias de esto. Desde la infancia se ve a los niños
idolatrando a personajes de caricatura creados por el imperio hollywoodense.
Los jóvenes están constantemente influenciados por los medios norteamericanos,
oyendo su música, jugando sus juegos, comprando su ropa, sus dispositivos
electrónicos e incluso hablando su idioma.
El mercado colombiano está lleno de productos norteamericanos que han
logrado persuadir hasta a la población adulta. Todo lo de EE.UU. parece que
fuera mejor que lo nacional, incluso aun cuando la calidad no es mejor que en el
ámbito nacional, prima el concepto de marca que tanto nos influye Norteamérica.
Hemos llegado hasta el punto en que solo lo proveniente de EE.UU. es lo
que da status, lo que es digno de las élites, creando un desprecio colectivo
por lo nacional, por las muestras de cultura que solo aquí en Colombia tenemos.
Se está empezando a notar que a los niños y jóvenes todo lo que es de la
cultura propia y campesina de Colombia les causa un cierto repudio o más bien
una concepción de que lo artesanal es chabacano y de poca clase. Aunque no se
puede decir que esto ocurre en todos los individuos, sí se puede afirmar que la
mayoría de colombianos que viven en las ciudades principales, sí piensa de esta
manera.
Como vivimos tan enfocados en los medios, estamos todo el tiempo
consumiendo los productos mediáticos que lo único que quieren es servir de
publicidad y entretención que nos haga comprar cada vez más productos y
servicios que no son imperativamente necesarios para subsistir y que además,
como efecto secundario, están creando una sociedad de bobos que lo único que
hacen en todo el día es estar pendiente de lo que pasa en EE.UU. nunca teniendo
una sed de conocimiento y aprendizaje de lo que sí es cultura que, como dice
Vargas Llosa, la cultura no se trata de cantidad sino de calidad y
sensibilidad, cosa que hace falta en los productos mediáticos más populares en
nuestros niños, jóvenes y en la actualidad se está viendo que también en gran
parte de la población adulta.
La cultura del espectáculo ha hecho de nosotros personas que pierden
tiempo. Nunca estamos creando, sólo servimos de espectadores a esta cultura que
pretende mantenernos ocupados mientras las cosas importantes de verdad pasan
sin siquiera darnos cuenta.
El hedonismo ha hecho de los jóvenes y de la sociedad contemporánea,
personas que solo buscan el placer, presentando así una gran amenaza para la
humanidad. Pues si son pocos los que se preocupan por aprender, conocer e
investigar, estamos entonces en miras de una sociedad estancada académicamente,
en donde no habrá nada nuevo. Crearemos entonces una masa de individuos,
dirigida por la pequeña minoría que mandará y dictará sin distinción.
Todo empieza desde la educación. El aprendizaje en edades tempranas hace
que en un futuro crezcan personas capaces de preguntar, discutir, crear,
cuestionarse, investigar, disfrutar; pero si desde pequeños no se les enseña a
los niños a ser curiosos, crearemos una sociedad que no se pregunta, que se
deja llevar por la multitud, que no tiene criterio ni valores que defender, que
se deja pisotear por los ideales dictatoriales, que no tiene libertad ni
conocimiento para ejercer una ciudadanía participativa.
Amartya Sen, el filósofo y economista bengalí (India), ganador del
premio Nobel de economía, asegura que una sociedad llega a ser desarrollada
sólo cuando todos los individuos pueden elegir qué hacer con su vida, es decir,
cuando en una sociedad cada persona puede elegir en que trabajar, explotando
así sus habilidades particulares y haciendo uso de su libertad, y así se
crearía una sociedad equitativa y desarrollada, con un alto nivel de educación,
civismo y cultura.
A este ideal solo se puede llegar entonces si hay un contexto que lo
permita. Esto quiere decir que el desarrollo solo se logra cuando todas las
personas están educadas y tienen conocimiento del mundo para poder así escoger
sus actividades favoritas entre la alta gama de actividades económicas que esta
sociedad brinda.
Pero hay esperanza pues este fenómeno hedonista y capitalista no ha
logrado cegarnos a todos. Aún existen personas que de verdad saben reconocer el
valor de las cosas, el valor tanto espiritual, cultural y económico de algo.
Aún hay personas que sienten aberración por ese facilismo que se ha
vuelto tan común. Hay personas que valoran el conocimiento, la cultura, el
arte, la música, el buen uso del lenguaje, la familia, la religión, el sexo
como acto de amor y no solo de placer… en fin, existen personas capaces de
reconocer que no todo es diversión, que la vida es mucho más que vivir en pos
de lo que se tiene.
Todavía hay personas que prefieren las experiencias más que los objetos,
que valoran un viaje no por la cantidad de países que se visitan sino por la
calidad de esas visitas. Personas que con su ejemplo están liderando los
proyectos que cambiarán el mundo, planes en contra de empresas que perjudican
al planeta, ambientalistas, propósitos que tratan de combatir el hambre y la
baja educación de los niños.
Está entonces en nosotros tratar de enseñarles a nuestros hijos el verdadero valor de la vida en vez del valor de las cosas que no necesitamos para ser felices.
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