martes, 12 de mayo de 2015

0 “La máquina se sigue utilizando mientras haya que hacer”

“La máquina se sigue utilizando mientras haya que hacer”

Desde las 9:00 a.m. hasta las 5:00 p.m. Gabriel Morales se dedica a escribir memoriales, declaraciones de renta, cartas de amor, lo que sus clientes le soliciten en su amada máquina de escribir.

Por Nathalia A. Archila y Diana Rosales    
      

En Carabobo, frente a La Alpujarra, entre el ruido de los carros y las personas, sobresale el sonido de las teclas de la máquina de escribir de Gabriel Morales, de 67 años de edad, quien con su sonrisa alegra el día de quien pasa por ahí. Su ropa luce impecable y emana un suave olor a talco que trae a la memoria de quien lo perciba, recuerdos de los abuelos.
Cuando llegamos a su lugar de trabajo, el cual consta de dos sillas de madera,  una mesa sobre la cual se ve un portafolio negro lleno de papeles y  su máquina de escribir, no dudó un instante para acceder a hablar con nosotras y bastó una pregunta para que Gabriel nos contara todo sobre él:

“En alguna ocasión que me vi en Turbo, me hice amigo de un capitán de un barco que me mandó a sacar la libreta y todas esas vueltas al pueblo mío que se llama Vegachí, para colocarme en el barco y resulta que me fui de Turbo a hacer esas vueltas y no volví: Me quedé en el pueblo hasta que llegó la ocasión de venirme para Medellín. Llevo cerca de 40 o 41 años aquí, me vine porque quise (dice entre risas) dejar el trabajo que tenía allá con la alcaldesa.

Cuando salí para Buenaventura, porque allá había un muchacho muy amigo mío que había conocido en Turbo, estaba bien halladito entonces iba a trabajar con ese muchacho allá y rumbo a Buenaventura llegué aquí a Medellín (recuerda Gabriel con la mirada perdida en sus recuerdos).

Entre todas las personas me encontré un amigo que conducía un carro de una panadería que ya no existe, se llamaba Galletas Coro, a ese le compraba yo la parva en el pueblo cada ocho días que bajaba. Yo era muy amigo de él, entonces me lo encontré por aquí ocasionalmente y me dijo:

-       - ¿Vos pa dónde vas Gabriel?
-       - Yo le dije: Voy con rumbo a Buenaventura
-       - Y él me respondió: ¿Qué te pasa pues que estás anclado aquí?
-       - Le dije: estoy sacando el certificado del Dane
-       - Entonces me dijo: No, que va a ir a Buenaventura, vení yo te coloco en la fábrica de galletas Coro

(Sus ojos se iluminaron al recordar aquel momento que tanto marcó su vida).
Y ahí empecé por primera vez en esa fábrica. Tenía, póngale 27 años, cuando era joven y bello (Gabriel rompe en risas) ahí duré muy poquito tiempo, porque yo no nací para las jornadas, mi vida por lo general me la he rebuscado por mi cuenta.
Después de la fábrica trabajé en varias empresas como en el almacén Caravana, de vigilante unos días, también en una empresa por el Barrio Antioquia que se llama Supergil, que es una ensambladora.

Comencé a trabajar acá en La Alpujarra porque una vez que me quedé sin trabajo. En el barrio donde vivía había un amigo, un muchacho Pedro (dice recordando a su amigo como si el tiempo no hubiese pasado) y yo le dije: “Pedro ¿vos qué haces? que yo tengo la aguja pegada, llévame pa donde vos trabajás y me das el almuercito o lo que alcance, lo que vos considerés”. Y ese muchacho me trajo para acá a trabajar y resulta que a los 15 o 20 días de haberme traído, él me puso a voltear pa´ allá y pa´ acá, y él recibía la plata, pero no me daba nada a mí, por eso salimos fue de pelea. Pero yo ya me sabía más o menos como era el rodaje aquí y me quede trabajando, (relata mirando esa calle como si fuera suya).

Llevo 38 o 40 años en este puesto, no en este sino por ahí rotándola. Esto a veces es bueno y otras veces es muy maluco porque aquí uno trabaja a la deriva y no tiene salario fijo, entonces ahí vamos.

La máquina se sigue utilizando mientras haya que hacer. Esto también fue último modelo, fue lo que se usó primero, antes de los computadores, esto es más que un computador, tiene la historia que no tiene un computador.

Un computador si lo saco aquí al sol y al agua se me daña, esta maquinita no, esta aguanta las caídas. Esta es la mamá de los computadores.

Hace 25 años la guardo en el garaje que está aquí al lado y cada que esto cambia de dueño, el que sale me recomienda bien con el que compra -guárdele bien las cositas al señor, que él es caballero, colabora -entonces yo guardo mis utensilios ahí.

Esto antes era muy bueno porque había mucho que hacer pero lo ha acabado tanta tecnología que han sacado, pero hay clientes que todavía lo buscan a uno para hacerle vueltas.

Lo que más me gusta de este trabajo es que nadie me molesta, nadie le dice a uno nada y uno siempre se consigue la comidita aquí. Segundo, porque no tengo más de que pegarme, yo no soy jubilado, no tengo entradas ni nada, la que es pensionada es mi señora.

Yo tengo dos hijas una se gradúa de Derecho este año (dice que se siente orgulloso porque ha sacado adelante a su familia con su trabajo) y la otra es casada, vive allí en el barrio Manrique, pero no es de mi señora propia, sino de una amiga que tuve cuando estuve en el pueblo. Esa hija ya tiene 40 años y tiene una hija de 16, ella trabaja y el esposo también.

Cuando no estoy trabajando, me la paso en la casa y jugando billar que es el deporte que más me gusta a mí y buscando noviecitas (dice con una sonrisa picarona). Yo vivo en el 12 de Octubre y ahí hay un club de billares. Yo todos los días que salgo de aquí llego es allá a tomarme un fresquito, jugar uno o dos chicos y ya de ahí me voy para la casa”.

Su mejor amigo, Gilberto, estuvo junto a él durante la entrevista y cuando estábamos a punto de terminar nos dijo que quería hablarnos un poco de su amigo.

“Yo considero que Gabriel es mi mejor amigo porque él es una persona que no se  mete con nadie y una persona directa; si siente algo lo dice de frente, o sea que no es una persona de doble moral, es directo con sus amigos, es sincero, él cuenta conmigo y yo cuento con él”.

Terminamos la entrevista y Gabriel no dudó al darnos un abrazo y decirnos “¿ya se van? Yo que estaba todo amañado con ustedes”.

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