“La máquina se sigue utilizando mientras haya que hacer”
Desde las
9:00 a.m. hasta las 5:00 p.m. Gabriel Morales se dedica a escribir memoriales,
declaraciones de renta, cartas de amor, lo que sus clientes le soliciten en su
amada máquina de escribir.
Por Nathalia
A. Archila y Diana Rosales
En Carabobo, frente a La
Alpujarra, entre el ruido de los carros y las personas, sobresale el sonido de
las teclas de la máquina de escribir de Gabriel Morales, de 67 años de edad,
quien con su sonrisa alegra el día de quien pasa por ahí. Su ropa luce
impecable y emana un suave olor a talco que trae a la memoria de quien lo
perciba, recuerdos de los abuelos.
Cuando llegamos a su
lugar de trabajo, el cual consta de dos sillas de madera, una mesa sobre la cual se ve un portafolio
negro lleno de papeles y su máquina de
escribir, no dudó un instante para acceder a hablar con nosotras y bastó una
pregunta para que Gabriel nos contara todo sobre él:
“En alguna ocasión que me vi en
Turbo, me hice amigo de un capitán de un barco que me mandó a sacar la libreta
y todas esas vueltas al pueblo mío que se llama Vegachí, para colocarme en el
barco y resulta que me fui de Turbo a hacer esas vueltas y no volví: Me quedé
en el pueblo hasta que llegó la ocasión de venirme para Medellín. Llevo cerca
de 40 o 41 años aquí, me vine porque quise (dice entre risas) dejar el trabajo
que tenía allá con la alcaldesa.
Cuando salí para Buenaventura,
porque allá había un muchacho muy amigo mío que había conocido en Turbo, estaba
bien halladito entonces iba a trabajar con ese muchacho allá y rumbo a
Buenaventura llegué aquí a Medellín (recuerda Gabriel con la mirada perdida en
sus recuerdos).
Entre todas las personas me encontré
un amigo que conducía un carro de una panadería que ya no existe, se llamaba
Galletas Coro, a ese le compraba yo la parva en el pueblo cada ocho días que
bajaba. Yo era muy amigo de él, entonces me lo encontré por aquí ocasionalmente
y me dijo:
- - ¿Vos pa dónde vas Gabriel?
- - Yo le dije: Voy con rumbo a Buenaventura
- - Y él me respondió: ¿Qué te pasa pues que estás anclado aquí?
- - Le dije: estoy sacando el certificado del Dane
- - Entonces me dijo: No, que va a ir a Buenaventura, vení yo te
coloco en la fábrica de galletas Coro
(Sus ojos se iluminaron al recordar
aquel momento que tanto marcó su vida).
Y ahí empecé por primera vez en esa
fábrica. Tenía, póngale 27 años, cuando era joven y bello (Gabriel rompe en
risas) ahí duré muy poquito tiempo, porque yo no nací para las jornadas, mi
vida por lo general me la he rebuscado por mi cuenta.
Después de la fábrica trabajé en
varias empresas como en el almacén Caravana, de vigilante unos días, también en
una empresa por el Barrio Antioquia que se llama Supergil, que es una
ensambladora.
Comencé a trabajar acá en La
Alpujarra porque una vez que me quedé sin trabajo. En el barrio donde vivía
había un amigo, un muchacho Pedro (dice recordando a su amigo como si el tiempo
no hubiese pasado) y yo le dije: “Pedro ¿vos qué haces? que yo tengo la aguja
pegada, llévame pa donde vos trabajás y me das el almuercito o lo que alcance,
lo que vos considerés”. Y ese muchacho me trajo para acá a trabajar y resulta
que a los 15 o 20 días de haberme traído, él me puso a voltear pa´ allá y pa´
acá, y él recibía la plata, pero no me daba nada a mí, por eso salimos fue de
pelea. Pero yo ya me sabía más o menos como era el rodaje aquí y me quede
trabajando, (relata mirando esa calle como si fuera suya).
Llevo 38 o 40 años en este puesto,
no en este sino por ahí rotándola. Esto a veces es bueno y otras veces es muy
maluco porque aquí uno trabaja a la deriva y no tiene salario fijo, entonces
ahí vamos.
La máquina se sigue utilizando
mientras haya que hacer. Esto también fue último modelo, fue lo que se usó
primero, antes de los computadores, esto es más que un computador, tiene la
historia que no tiene un computador.
Un computador si lo saco aquí al sol
y al agua se me daña, esta maquinita no, esta aguanta las caídas. Esta es la
mamá de los computadores.
Hace 25 años la guardo en el garaje
que está aquí al lado y cada que esto cambia de dueño, el que sale me recomienda
bien con el que compra -guárdele bien las cositas al señor, que él es
caballero, colabora -entonces yo guardo mis utensilios ahí.
Esto antes era muy bueno porque
había mucho que hacer pero lo ha acabado tanta tecnología que han sacado, pero
hay clientes que todavía lo buscan a uno para hacerle vueltas.
Lo que más me gusta de este trabajo
es que nadie me molesta, nadie le dice a uno nada y uno siempre se consigue la
comidita aquí. Segundo, porque no tengo más de que pegarme, yo no soy jubilado,
no tengo entradas ni nada, la que es pensionada es mi señora.
Yo tengo dos hijas una se gradúa de
Derecho este año (dice que se siente orgulloso porque ha sacado adelante a su
familia con su trabajo) y la otra es casada, vive allí en el barrio Manrique,
pero no es de mi señora propia, sino de una amiga que tuve cuando estuve en el
pueblo. Esa hija ya tiene 40 años y tiene una hija de 16, ella trabaja y el
esposo también.
Cuando no estoy trabajando, me la
paso en la casa y jugando billar que es el deporte que más me gusta a mí y
buscando noviecitas (dice con una sonrisa picarona). Yo vivo en el 12 de
Octubre y ahí hay un club de billares. Yo todos los días que salgo de aquí
llego es allá a tomarme un fresquito, jugar uno o dos chicos y ya de ahí me voy
para la casa”.
Su mejor amigo, Gilberto, estuvo
junto a él durante la entrevista y cuando estábamos a punto de terminar nos
dijo que quería hablarnos un poco de su amigo.
“Yo considero que Gabriel es mi mejor
amigo porque él es una persona que no se
mete con nadie y una persona directa; si siente algo lo dice de frente,
o sea que no es una persona de doble moral, es directo con sus amigos, es
sincero, él cuenta conmigo y yo cuento con él”.
Terminamos la entrevista y Gabriel
no dudó al darnos un abrazo y decirnos “¿ya se van? Yo que estaba todo amañado
con ustedes”.
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